Investigación Educativa
1.1.
El
conocimiento como proceso
El hombre parece
haber estado siempre preocupado por entender y desentrañar el mundo que lo
rodea, por penetrar en sus conexiones y en sus leyes, por atisbar hacia el
futuro, descubriendo las relaciones y el posible sentido de las cosas que
existen a su alrededor. Desde que la especie humana empezó a
crear cultura, es decir, a modificar y remodelar el ambiente que la rodeaba
para sobrevivir y desarrollarse, fue necesario también que comprendiera la
naturaleza y las mutaciones de los objetos que constituían su entorno. Tareas
que a nuestros ojos resultan tan simples como edificar una choza, domesticar
los animales o trabajar la tierra, sólo pudieron ser emprendidas a luz de
infinitas y cuidadosas observaciones de todo tipo; el ciclo de los días y las
noches, el de las estaciones del año, la reproducción de animales y vegetales,
el estudio del clima y de las tierras y el conocimiento elemental de la
geografía fueron, indudablemente, preocupaciones vitales para nuestros remotos
antecesores, por cuanto de esta sabiduría dependía su misma supervivencia.
El conocer,
entonces, surgió indisolublemente ligado a la práctica vital y al trabajo de
los hombres como un instrumento insustituible en su relación con un medio
ambiente al que procuraban poner a su servicio. Pero, según las más antiguas
narraciones que poseemos, el pensamiento de esas lejanas épocas no se
circunscribió exclusivamente al conocimiento instrumental, aplicable
directamente al mejoramiento de las condiciones materiales. Junto con éste
apareció simultáneamente la inquietud por comprender el sentido general del
cosmos y de la vida. La toma de conciencia del hombre frente a su propia muerte
originó además una peculiar angustia frente al propio destino, ante lo
desconocido, lo que no es posible abarcar y entender. De allí surgieron los
primeros intentos de elaborar explicaciones globales de toda la naturaleza y
con ello el fundamento, primero de la magia, de las explicaciones religiosas
más tarde, y de los sistemas filosóficos en un período posterior.
Si nos detenemos a
estudiar los mitos de los pueblos ágrafos, los libros sagrados de la antigüedad
o las obras de los primeros filósofos veremos, en todos los casos, que en ellos
aparecen conjuntamente, pero sin un orden riguroso, tanto razonamientos lúcidos
y profundos como observaciones prácticas y empíricas, sentimientos y anhelos
junto con intuiciones, a veces geniales y otras veces profundamente
desacertadas. Todas estas construcciones del intelecto donde se vuelcan la
pasión y el sentimiento de quienes las construyeron pueden verse como parte de
un amplio proceso de adquisición de conocimientos que muestra lo dificultoso
que resulta la aproximación a la verdad: en la historia del pensamiento nunca
ha sucedido que alguien haya de pronto alcanzado la verdad pura y completa sin
antes pasar por el error; muy por el contrario, el análisis de muchos casos nos
daría la prueba de que siempre, de algún modo, se obtienen primero
conocimientos falaces, ilusiones e impresiones engañosas, antes de poder
ejercer sobre ellos la crítica que luego permite elaborar conocimientos más
objetivos y satisfactorios.
Lo anterior
equivale a decir que el conocimiento llega a nosotros como un proceso, no como
un acto único donde se pasa de una vez de la ignorancia a la verdad. Y es un
proceso no sólo desde el punto de vista histórico que hemos mencionado hasta
aquí, sino también en lo que respecta a cada caso particular, a cada persona
que va acumulando informaciones de todo tipo desde su más temprana niñez, a
cada descubrimiento que se hace, a todas las teorías o hipótesis que se
elaboran.
1.2. El conocimiento científico y sus
características
Si concebimos al
hombre como un ser complejo, dotado de una capacidad de raciocinio pero también
de una poderosa afectividad, veremos que éste tiene, por lo tanto, muchas
maneras distintas de aproximarse a los objetos de su interés. Ante una cadena
montañosa, por ejemplo, puede dejarse llevar por sus sentimientos y
maravillarse frente la majestuosidad del paisaje, o bien puede tratar de
estudiar su composición mineral y sus relaciones con las zonas vecinas; puede
embargarse de una emoción indefinible que le haga ver en lo que tiene ante sí
la obra de Dios o de un destino especial para sí y el universo, o también puede
detenerse a evaluar sus posibilidades de aprovechamiento material,
considerándola como un recurso económico para sus fines.
El producto de
cualquier de estas actitudes será, en todos los casos, algún tipo de
conocimiento. Porque un buen poema puede decirnos tanto acerca del amor o de la
soledad como un completo estudio psicológico, y una novela puede mostrarnos
aspectos de una cultura, un pueblo o un momento histórico tan bien como el
mejor estudio sociológico. No se trata de desvalorizar, naturalmente, el
pensamiento científico, ni de poner a competir entre sí a diversos modos de
conocimiento. Precisamente lo que queremos destacar es lo contrario: que hay
diversas aproximaciones igualmente legítimas hacia un mismo objeto, y que lo
que dice el poema no es toda la verdad, pero es algo que no puede decir la
psicología porque se trata de una percepción de naturaleza diferente, que se
refiere a lo que podemos conocer por el sentimiento o la emoción, no por medio
de la razón.
Lo anterior tiene
por objeto demostrar que el conocimiento científico es uno de los modos
posibles del conocimiento, quizás el más útil o el más desarrollado, pero no
por eso el único, o el único capaz de proporcionarnos respuestas para nuestros
interrogantes.
La ciencia debe
ser vista como una de las actividades que el hombre realiza, como un conjunto
de acciones encaminadas y dirigidas hacia determinado fin, que no es otro que
el de obtener un conocimiento verificable sobre los hechos que lo rodean.
[V. Bunge M., La Ciencia, su Método y su Filosofía, Ed. Siglo Veinte, Bs.
Aires, 1972; N. Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía; Nagel, Ernest, La
Estructura de la Ciencia, Ed. Ariel, Barcelona, 1978, y nuestro ya citado Los
Caminos de la Ciencia, entre la mucha bibliografía existente.]
Como toda actividad
humana, la labor de los científicos e investigadores está naturalmente
enmarcada por las necesidades y las ideas de su tiempo y de su sociedad. Los
valores, las perspectivas culturales y el peso de la tradición juegan un papel
sobre toda actividad que se emprenda y, de un modo menos directo pero no por
eso menos perceptible, también se expresan en la producción intelectual de una
época el tipo de organización que dicha sociedad adopte para la obtención y
transmisión de conocimientos y el papel material que se otorgue al científico
dentro de su medio. [V., entre otros, a Bernal, John D., Historia Social
de la Ciencia, Ed. Península, Barcelona, 1976; Merton, Robert K., La Sociología
de la Ciencia, Ed. Alianza, Madrid, 1977; Geymonat, Ludovico, El Pensamiento
Científico, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1972, y Kuhn, Thomas, La Estructura de
las Revoluciones Científicas, Ed. FCE, Madrid, 1981.] Considerando estos
factores será preciso definir a la ciencia como una actividad social y no
solamente individual, para no correr el riesgo de imaginar al científico como
un ente abstracto, como un ser que no vive en el mundo cotidiano, con lo que
perderíamos de vista las inevitables limitaciones históricas que tiene todo
conocimiento científico.
Al igual que la
filosofía, la ciencia trata de definir con la mayor precisión posible cada uno
de los conceptos que utiliza, desterrando las ambigüedades del lenguaje
corriente. Nociones como las de crisis económica", vegetal" o
estrella", por ejemplo, que se utilizan comúnmente sin mayor rigor,
adquieren en los textos científicos un contenido mucho más preciso. Porque la
ciencia no puede permitirse designar con el mismo nombre a fenómenos que,
aunque aparentemente semejantes, son de distinta naturaleza: si llamamos crisis"
a toda perturbación que una nación tiene en su economía sin distinguir entre
los diversos tipos que se presentan, nos será imposible construir una teoría
que pueda describir y explicar lo que son precisamente las crisis: nuestro modo
de emplear el lenguaje se convertirá en nuestro principal enemigo. De allí la
necesidad de conceptualizar con el mayor rigor posible todos los elementos que
componen nuestro razonamiento, pues ésta es la única vía que permite que el
mismo tenga un significado concreto y determinado. De allí también la aparente
oscuridad de algunos trabajos científicos, que emplean conceptos específicos,
claramente delimitados, utilizando palabras que confunden al profano.
1.4. Sujeto y Objeto
El proceso de conocimiento puede
concebirse como una relación, de singular complejidad, entre estos dos
elementos, sujeto y objeto. Para comenzar diremos que entendemos por sujeto a
la persona (o equipo de personas) que adquiere o elabora el conocimiento. El
conocimiento es siempre conocimiento para
alguien, pensado por alguien, en la conciencia de alguien. Es por eso que no
podemos imaginar un conocimiento sin sujeto, sin que sea percibido por una
determinada conciencia. Pero, de la misma manera, podemos decir que el
conocimiento es siempre conocimiento de algo, de alguna cosa, ya se
trate de un ente abstracto-ideal, como un número o una proposición lógica, de
un fenómeno material o aún de la misma conciencia. En todos los casos, a
aquello que es conocido se lo denomina objeto de conocimiento.
En el proceso de
conocimiento es preciso que el sujeto se sitúe frente al objeto como algo
externo a él, colocado fuera de sí, para que pueda examinarlo. Hasta en el caso
de que quisiéramos analizar nuestras propias sensaciones y pensamientos
deberíamos hacer esa operación, es decir deberíamos objetivarnos, desdoblarnos", en un
actitud reflexiva para poder entonces colocarnos ante nosotros mismos como si
fuésemos un objeto más de conocimiento. La necesidad de objetivar elementos
propios del sujeto para poder conocerlos hace que, desde luego, resulte más
compleja toda investigación que se desenvuelva dentro de las ciencias sociales
y de la conducta.
Esta delimitación
o separación no es más que el comienzo del proceso pues, una vez producida, el
sujeto debe ir hacia el objeto, acercarse al mismo, para tratar de captar y
asimilar su realidad. Es decir que el sujeto investigador debe salir de
sí", abandonar su subjetividad, para poder concretar su propósito de
comprender cómo es el objeto, de aprehenderlo. De otro modo permanecería
encerrado en el límite de sus conceptos previos, de sus anteriores
conocimientos, y no tendría la posibilidad de ir elaborando un conocimiento
nuevo, más objetivo, que incorpore datos de la realidad externa.
El acercamiento
del investigador hacia su objeto puede considerarse como la operación
fundamental, la esencia misma de la investigación, pues es lo que lo vincula
con la realidad, lo que le da acceso a conocerla. Pero para que el proceso se
complete el investigador debe, finalmente, volver otra vez hacia sí mismo a fin
de elaborar los datos que ha recogido, concibiendo ahora al objeto,
mentalmente, a la luz de su contacto con él.
Sujeto y objeto
quedan así como dos términos que sucesivamente se oponen y se compenetran, se
separan y se acercan, en un movimiento que se inicia por la voluntad del
investigador que desea el conocimiento y que en realidad continúa
repetidamente, porque el sujeto debe acercarse una y otra vez hacia lo que está
estudiando si se propone adquirir un conocimiento cada vez más profundo y
completo sobre ello.
Para que nuestro
conocimiento fuera en realidad objetivo debería suceder que el sujeto de la
investigación se despojara a sí mismo completamente de toda su carga de
valores, deseos e intereses, que se convirtiera en una especie de espíritu
puro, liberado de toda actitud personal o subjetiva. Como el lector puede
comprender fácilmente, esto no es posible. El sujeto de la investigación es
siempre un sujeto humano y no puede dejar de serlo. Se puede llegar, en el
mejor de los casos, a utilizar instrumentos, máquinas y otros dispositivos como
complementos tecnológicos en la investigación; tales instrumentos serán capaces
de recoger datos precisos, de ordenarlos y de procesarlos. Pero lo que no serán
capaces de efectuar son las operaciones propiamente epistemológicas de
plantearse un problema, seleccionar el tipo de datos capaces de resolverlo e
interpretar el valor y el sentido de los mismos. Y es más, podríamos decir que
una cierta dosis de subjetividad no sólo es inevitable en un trabajo de
investigación, sino que es además indispensable. Porque para plantearse un
problema de conocimiento, es decir, para querer saber algo, se necesita de una
voluntad de una preocupación por conocer la verdad y esclarecer la duda que no
puede ser sino subjetiva.
Por esta misma
razón es que no concebimos la existencia de un conocimiento lisa y llanamente
objetivo y es que afirmamos que todo el conocimiento no deja de ser el producto
de una cultura, de una época y de hombres concretos. De allí que resulte algo
pedante afirmar que el conocimiento científico es objetivo, y que sea más
adecuado sostener que la ciencia se preocupa constantemente por ser objetiva,
por tratar de llegar a serlo, sin que se pueda plantear nunca que haya arribado
a la total objetividad. De otro modo estaríamos negando su propio carácter
falible, su posibilidad de cometer errores, pretendiendo tener un conocimiento
absoluto, completamente cierto y válido hasta el fin de los tiempos, con lo
cual nos alejaríamos del pensamiento científico y caeríamos en el dogmatismo.
Insistimos en lo
anterior no sólo porque creemos necesario remarcar el carácter falible del
conocimiento científico sino porque además esto es necesario para comprender
plenamente la naturaleza dinámica y procesal de la misma actividad
cognoscitiva. Este carácter procesal implica evidentemente que ningún
conocimiento puede concebirse como definitivo; pero aquí conviene advertir
sobre otro problema opuesto en esencia al anterior que es necesario abordar
para no caer en el extremo contrario, en una posición completamente escéptica.
[Cf. J. Hessen, Teoría del Conocimiento, Ed. Losada, Bs. Aires 1975. Cap. I y
II.] Porque si bien rechazamos que puedan hallarse verdades definitivas eso no
significa afirmar, por supuesto, que ninguna de nuestras proposiciones pueda
comprobarse o demostrarse. Si dijésemos que todo es subjetivo, que ningún
conocimiento puede obtenerse por cuanto en todos aparece jugando un cierto
papel la subjetividad y el error, arribaríamos también a una posición parecida
a la del dogmatismo, aunque de signo inverso. Rechazar de plano todo
conocimiento por falaz es lo mismo, en el fondo, que aferrarse a todo
conocimiento obtenido y revestirlo con el atributo de verdad suprema. Nuestra
posición implica entonces recusar ambos términos extremos, aceptando la
falibilidad de toda afirmación, pero sin por eso negar que a través de
conocimientos falibles, limitados, es que precisamente se va llegando a la
verdad, nos vamos aproximando a ella.
1.5. Abstracción y conceptuación.
El conocimiento
puede ser considerado como una representación conceptual de los objetos, como
una elaboración que se produce, por lo tanto, en la mente de los hombres. Desde
este punto de vista puede afirmarse que es una actividad intelectual que
implica siempre una operación de abstracción.
Si decimos que
todo conocimiento es conocimiento para un sujeto, admitimos entonces que en
dicho sujeto el conocimiento se presenta bajo la forma de pensamiento, es decir,
bajo una forma que en un sentido amplio podemos llamar teórica. Su contraparte
son los fenómenos de la realidad, los objetos exteriores o exteriorizados sobre
los cuales se detiene el pensamiento.
Puede establecerse
de algún modo, por ello, que entre teoría y práctica se presenta una
interacción del mismo tipo que la que observábamos entre sujeto y objeto. El
pensamiento se concibe como pensamiento de alguien, de los sujetos, y la teoría
no es otra cosa que el pensamiento organizado y sistemático respecto de algo.
El objeto, por otra parte, es siempre un conjunto de hechos (entendido estos en
un sentido amplio, que incluye hasta los mismos pensamientos), de objetos que
se sitúan en el exterior de la conciencia. Por este motivo la relación entre
teoría y hechos va a ser la expresión, en otro plano diferente, de la misma
relación que examinábamos anteriormente entre sujeto y objeto.
Pero no debe
pensarse que tal relación es de tipo mecánico o simple. Ciertas vertientes
epistemológicas, en sus formulaciones más extremas, han sostenido que los
hechos se reflejan directamente en la conciencia y que por lo tanto todo el
trabajo intelectual consistía en organizar y sistematizar tales percepciones
para poder elaborar la teoría correspondiente. Esto no es así: el proceso de
conocimiento no es una simple y pasiva contemplación de la realidad; esta misma
realidad sólo se revela como tal en la medida en que poseemos un instrumental
teórico para aprehenderla que en otras palabras poseemos los conceptos capaces
de abordarla. Parece evidente, por ejemplo, que si tomamos un trozo de hierro y
lo manipulamos de diferentes maneras, podemos obtener una variada gama de
conocimientos sobre dicho mineral, o que si estudiamos la historia de las
instituciones de un país conseguiremos también una comprensión de su evolución
política y social. Pero lo que no hay que perder de vista aquí es que podemos
realizar dichas investigaciones, en primer lugar, porque ya tenemos un concepto
de hierro o de instituciones políticas sin el cual sería imposible detenerse en
su estudio y, en segundo lugar, porque hemos intervenido directa o
indirectamente sobre tales objetos, ya sea manipulándolos físicamente o
comparándolos con otros, de diversas épocas y lugares.
Por ello, lo que
llamamos teoría los conocimientos abstractos que obtenemos al investigar los
objetos de estudio no es una simple representación ideal de los hechos: es algo
más, es el producto de lo que elabora nuestro intelecto. Un hecho sólo se
configura como tal a la luz de algún tipo de conceptuación previa, capaz de
aislarlo de los otros hechos, de la infinita masa de impresiones y fenómenos
que lo rodean. Esta operación de aislamiento, de separación de un objeto
respecto al conjunto en que está integrado, se denomina abstracción y resulta
en verdad imprescindible. Sólo teniendo un concepto claro de hierro podemos
hablar de la composición de un mineral concreto o determinar las propiedades
físicas de dicho metal. [V. al respecto a Ferrater Mora, Op. Cit..] La
abstracción, en primer lugar, se aprecia claramente en lo que llamamos
análisis, la distinción y descomposición de las partes de un todo para mejor
comprenderlo. Pero la abstracción es también decisiva en la operación lógica
contraria, la síntesis, que consiste en la recomposición de ese todo a partir
de los elementos que lo integran. Porque ninguna síntesis puede efectuarse si
no tenemos un criterio que nos indique qué elementos parciales debemos
integrar, si no definimos previamente sobre qué bases habremos de organizar los
múltiples datos que poseemos. Y tal cosa, desde luego, es imposible de realizar
al menos que hayamos abstraído y jerarquizado las diversas características que
poseen los objetos que estamos estudiando. De otro modo la síntesis no sería
tal, sino una simple copia de la primera impresión que tenemos del objeto, es
decir, algo muy poco racional y sistemático, más propio del conocimiento
cotidiano que de la ciencia.
1.6. Método y metodología
Dijimos que la ciencia es un
tipo particular y específico de conocimiento, caracterizado por una serie de
cualidades que expusimos ya, de un modo sumario, en el capítulo anterior (v.
supra, 1.4). Para lograr un conocimiento de tal naturaleza, o sea, para hacer
ciencia, es preciso seguir determinados procedimientos que nos permitan
alcanzar el fin que procuramos: no es posible obtener un conocimiento racional,
sistemático y organizado actuando de cualquier modo: es necesario seguir algún
método, algún camino concreto que nos aproxime a esa meta. [Precisamente la
palabra método deriva del griego y significa literalmente camino para llegar a
un resultado."]
El método
científico, por lo tanto, es el procedimiento o conjunto de procedimientos que
se utilizan para obtener conocimientos científicos, el modelo de trabajo o secuencia
lógica que orienta la investigación científica. El estudio del método o de los
métodos, si se quiere dar al concepto un alcance más general se denomina
metodología, y abarca la justificación y la discusión de su lógica interior, el
análisis de los diversos procedimientos concretos que se emplean en las
investigaciones y la discusión acerca de sus características, cualidades y
debilidades.
Sin embargo en el
lenguaje cotidiano, y aún en la terminología que se sigue frecuentemente en el
mundo académico, la palabra metodología se utiliza también muy extensamente en
sentidos diferentes, opuestos a veces al anterior: se habla así de
"metodología de la investigación" para hacer referencia a los pasos y
procedimientos que se han seguido en una indagación determinada, para designar
modelos concretos de trabajo que se aplican en una disciplina o especialidad y
también para hacer referencia al conjunto de procedimientos y recomendaciones
que se transmiten al estudiante como parte de la docencia en estudios
superiores. También suelen designarse como métodos a los estilos de trabajo
peculiares de cada disciplina como cuando hablamos del ”método
antropológico" y a las formas particulares de investigación que se
utilizan para resolver problemas específicos de indagación, como cuando
aludimos al “método cualitativo", el “método experimental" o el
“método estadístico". [La mayoría de estos métodos deben considerarse, en
propiedad, como modelos o diseños típicos de investigación. Para una explicación
mayor sobre el tema, v. infra, capítulo 6.]
El lector
advertirá, sin mayor dificultad, lo confuso que todo esto resulta. Pero es en
vano que nos lamentemos de esta curiosa situación, de que no se emplee una
conceptuación clara y precisa en el campo en que precisamente se requeriría con
mayor necesidad: hay usos aceptados del lenguaje que, por la amplia extensión
que poseen, son casi imposibles de modificar. Desde estas páginas recomendamos
asignar al concepto de método el significado general de modelo lógico que se sigue
en la investigación científica. En cuanto al de metodología, pensamos que lo
más adecuado es considerarla como el estudio y análisis de los métodos,
reservando los términos técnicas y procedimientos para hacer alusión a los
aspectos más específicos y concretos del método que se usan en cada
investigación. Pero esta recomendación general, tomando en cuenta la
observación anterior, deberá siempre seguirse con bastante flexibilidad,
adecuándola a las circunstancias de cada caso: no tiene mayor sentido entablar
discusiones, que suelen tornarse interminables, por simples problemas
terminológicos. Más importante es que asignemos a cada término un significado
preciso en cada trabajo o exposición que hagamos.
El método, en el
sentido que acabamos de mencionar, se refiere entonces directamente a la lógica
interior del proceso de descubrimiento científico, y a él le corresponden no
solamente orientar la selección de los instrumentos y técnicas específicos de
cada estudio sino también, fundamentalmente, fijar los criterios de
verificación o demostración de lo que se afirme en la investigación. Si
quisiéramos ahora ser más concretos debiéramos dedicarnos a responder una
pregunta crucial: ¿Cuál es, o cómo es, el método de la ciencia? Pero aquí nos
encontraríamos con una seria dificultad: no investigan del mismo modo el
astrónomo y el economista, el historiador o el químico, el antropólogo o el
bioquímico. La experiencia histórica muestra, además, que los procedimientos de
la ciencia cambian con alguna frecuencia, porque son distintos los problemas
que se van planteando en el desarrollo de las disciplinas y porque también las
técnicas y los instrumentos concretos evolucionan, a veces con gran rapidez.
La historia de la
ciencia permite afirmar que el método, como camino que construye el pensamiento
científico, se va constituyendo, en realidad, junto con ese mismo pensamiento,
indisolublemente unido. Es falsa la imagen que nos presenta el método como un
todo acabado y cerrado, como algo externo a la práctica cotidiana de los
investigadores, por cuanto él está estrechamente unido a los aportes, teóricos
y prácticos, que se van realizando. La ciencia no avanza por medio de un
proceso mecánico, como si bastara con formular un problema de investigación,
aplicar el método correcto y obtener el resultado apetecido. La investigación
es un proceso creativo, plagado de dificultades imprevistas y de asechanzas
paradójicas, de prejuicios invisibles y de obstáculos de todo tipo. Por ello,
la única manera de abordar el problema del método científico, en un sentido
general, es buscar los criterios comunes, las orientaciones epistemológicas de
fondo que guían los trabajos de investigación.
Uno de los
elementos más significativos en todo el pensar científico (aunque no exclusivo de
él) es el esfuerzo por la claridad en la conceptuación, tal como lo veíamos en
el anterior capítulo. Decíamos que, sin un trabajo riguroso en este sentido,
era imposible formular con precisión hasta la más simple observación que
pudiera servir de base para elaborar cualquier desarrollo teórico.
Pero este es sólo
un primer elemento. El análisis del pensamiento científico permite afirmar,
además, que el método de la ciencia se asienta en dos pilares fundamentales:
por una parte en un constante tomar en cuenta la experiencia, los datos de la
realidad, lo que efectivamente podemos constatar a través de nuestros sentidos;
por otro lado en una preocupación por construir modelos teóricos, abstracciones
generales capaces de expresar las conexiones entre los datos conocidos (V. cap.
5). Entre estos dos elementos debe existir una concordancia, una adecuación, de
modo tal que el modelo teórico integre sistemáticamente los datos que se poseen
en un conjunto ordenado de proposiciones. Esto nos remite, como enseguida
veremos, al decisivo concepto de verificación.
Como forma
general, toda investigación parte de un conjunto de ideas y preposiciones que
versan sobre la realidad sobre hechos y fenómenos y sus descripciones y
explicaciones. El científico, por más que esté persuadido de la verdad de estas
proposiciones, no las podrá sostener hasta que, de algún modo, puedan ser
verificadas en la práctica. Ello supone entonces que todo problema de
investigación debe ser explicitado en términos tales que permitan su verificación,
es decir, su comprobación o rechazo mediante la prueba de los hechos. Dicho de
un modo más concreto, una proposición es verificable cuando es posible
encontrar un conjunto de hechos, previamente delimitados, que sean capaces de
determinar si es o no verdadera. Así, si sostenemos que el peso específico del
mercurio es 13,6 veces mayor que el del agua, estamos en presencia de una
proposición verificable, por cuanto es perfectamente factible, por medio de una
sencilla operación, determinar que la afirmación se cumple. En cambio al decir
“Dios creó al mundo" no estamos frente a una afirmación científica, por
cuanto no es posible refutar o corroborar lo dicho mediante datos de la
experiencia.
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Dios Te bendiga